sábado, 16 de junio de 2012

EL MUNDO SIN MUJERES

El mundo sin mujeres (II Mondo senza Donne, 1935), Virgilio Martini, describe los estragos de una enfermedad misteriosa (llamada finalmente falopitis) que diezma a la población femenina en edad de procrear, de la pubertad a la menopausia. Los síntomas de la enfermedad hacen pensar irresistiblemente, con cincuenta años de antelación, en los del Sida.

Por una coincidencia asombrosa, la enfermedad ha partido de Haití para invadir el mundo entero. Y por otra coincidencia paradójica el origen de esta enfermedad, ante la cual la ciencia
es impotente (exactamente como en el caso del sida), ¡acaba por encontrarse en una conspiración de homosexuales para exterminar la raza femenina! La epidemia sigue su curso,
todas las adolescentes y mujeres jóvenes desaparecen, y la raza humana no tarda en estar amenazada de extinción. El resto, abundante en peripecias, cae en el suspense. Pero la idea
núcleo es la de un exterminio de la feminidad; alegoría terrorífica del exterminio de cualquier alteridad, de la cual lo femenino es la metáfora, y quizás algo más que la metáfora
Nosotros somos víctimas, y en absoluto alegóricamente, de un virus destructor de la alteridad. Y más aún que en el caso del sida, se puede aventurar que ninguna ciencia sabrá protegernos de esta patología viral que, a fuerza de anticuerpos y de estrategias inmunitarias, apunta a la extinción pura y simple del otro. Si bien en lo inmediato este virus no afecta a la
reproducción biológica de la especie, afecta a una función todavía más fundamental, la de lareproducción simbólica del otro, en favor de una reproducción clonada, asexuada, del individuo sin especie, pues estar privado del otro es estar privado de sexo, y estar privado de sexo es estar privado de la pertenencia simbólica a cualquiera de las especies.
Con motivo de su aparición en Italia (1953; había permanecido inédito durante veinte años debido al rechazo de los editores), el libro fue condenado y retirado de la circulación por obsceno, cuando, en el fondo, no hay nada menos pornográfico que un mundo sin mujeres.
Pero sólo se trataba de una coartada para ocultar la idea pavorosa, bajo la tapadera de una destrucción de la feminidad, de una destrucción aún más monstruosa, ante la idea de un
mundo enteramente entregado al Mismo.

Es el final literal de la alienación. Ya no queda nadie enfrente. Antes, se habría visto en eso el final ideal del sujeto; apropiación y disposición totales de uno mismo. Hoy descubrimos que la alienación nos protegía de algo peor, de la pérdida definitiva del otro, de la expropiación del otro por el mismo.
Existen en alemán dos términos aparentemente sinónimos, pero cuya distinción es significativa. «VERFREMDUNG» es el devenir—otro, extraño a uno mismo, la alienación en el
sentido literal. «ENTFREMDUNG», en cambio, significa la desposesión del otro, la pérdida de total alteridad. Pues bien, es mucho más grave ser desposeído del otro que de uno mismo. La
privación del otro es peor que la alienación: una alteración mortal, por liquidación de la misma oposición dialéctica. Desestabilización sin recurso, la del sujeto sin objeto, la del mismo sin el otro: estasis definitiva y metástasis del Mismo. Un destino tan funesto para los individuos como para nuestros sistemas, autoprogramados y autorreferenciales: se acabó el adversario, se acabó el entorno hostil; se acabó por completo el entorno, se acabó la exterioridad. Es como arrebatar una especie a sus predadores naturales. Privada de esta adversidad, sólo puede destruirse ella misma (por «depredación» en cierto modo). Al ser la muerte la gran predadora natural, una especie a la que se intenta a cualquier precio inmortalizar, arrancar a la muerte — es lo que hacemos a través de todas nuestras tecnologías de sustitución de lo viviente—, está condenada a desaparecer. Está claro que la mejor estrategia para perder a alguien es eliminar todo lo que le amenaza y hacerle perder así todas sus defensas, y es la que estamos aplicándonos a nosotros mismos. Al eliminar al otro bajo todas sus formas (enfermedad, muerte, negatividad, violencia, extrañeza) sin contar las diferencias de raza y de lengua, al eliminar todas las singularidades para hacer brillar nuestra positividad total, estamos a punto de eliminarnos a nosotros mismos.
Hemos luchado contra la negatividad y la muerte, extirpando el mal bajo todas sus formas. Al eliminar el trabajo de lo negativo, hemos desencadenado la positividad, y ella es
actualmente la que se ha vuelto asesina. Al liberar la reacción en cadena de lo positivo, hemos liberado al mismo tiempo, por un efecto perverso pero perfectamente coherente, una intensa
patología viral, pues el virus, lejos de ser negativo, procede al contrario de una ultrapositividad, de la cual es la encarnación asesina. Eso se nos había escapado, al igual que las metamorfosis del mal, que siguen, como su sombra, los progresos de la razón.
Este paradigma del sujeto sin objeto, del sujeto sin otro, se descubre en todo lo que ha perdido su sombra y se ha vuelto transparente a sí mismo, hasta en las sustancias desvitalizadas: en el azúcar sin calorías, en la sal sin sodio, en la vida sin sal, en el efecto sin causa, en la guerra sin enemigo, en las pasiones sin objeto, en el tiempo sin memoria, en el amo sin esclavo, en el esclavo sin amo en que nos hemos convertido.
¿Qué le sucede a un amo sin esclavo? Acaba por aterrorizarse a sí mismo. ¿Y a un esclavo sin amo? Acaba por explotarse a sí mismo. Hoy los dos están reunidos en la forma moderna de la servidumbre voluntaria: sujeción a los sistemas de datos, a los sistemas de cálculo; eficacia total, perfomance total. Nos hemos convertido en dueños, por lo menos virtuales, de este mundo, pero el objeto de este dominio, la finalidad de este dominio, ha
desaparecido.
Jean Baudrillard, El Crimen Perfecto

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