viernes, 29 de junio de 2012

Confusión


Verde que te quiero verde


Teorema negado


Cabeza de Lavamanos

La buena suerte
consiste en caer
del lado izquierdo
del azar

                                                                 La buena suerte
consiste en caer
más allá de mi cabeza

                                                                 La buena suerte
consiste en estrellarse
contra los árboles

Todo el mundo se queja
                               
Sam Shepard, 27/7/81; San Fernando Valley.

-¿Tienes el síndrome?
-Ya no te quiero.
-Yo sin ti no valgo nada.
-Ya no te quiero.
-Te amo.
-El cobarde demuestra el amor con un beso, el valiente con la espada, mátate.
-Mi amor es como las cosas que nunca tienen respuesta.
-Ya no te quiero.
-Dime qué quieres que te haga, yo sé de mil calles y todas llevan al mismo lugar.
-Tráeme  la cabeza de tu madre.
-¿La cabeza?, ¿De mi madre? …ya vengo.
Andrés corre hasta la casa de su madre, la besa y le corta la cabeza. La mete en una bolsa y acelera de regreso, tanto que tropieza y cae por las escaleras, la bolsa por un lado, la cabeza por el otro y él  más allá. Se incorpora y busca   su paquete, desde un rincón la bola le interroga…
-Hijo ¿te hiciste daño?
-Madre, es mejor la realidad a un falso sueño.
Shivá observa la situación y sin mediar palabras entra en escena y le corta la cabeza al joven galán.  Párvati mira con horror al decapitado Ganesha y  grita:
-Insensato. Era a tu hijo.
-Le pondré la cabeza del  primero que pase por la puerta.
-Está totalmente documentado que el cabello de María Antonieta encaneció durante la noche anterior al día de su decapitación.
- Un hombre mató ayer de múltiples machetazos a su concubina de 23 años, le cortó la cabeza y luego se suicidó.
-Todos sabían lo de él con la madre y con la hija, cosa que prohíbe la ley.
-Y ocurrió que en un festín que celebraban en palacio quedó Herodes tan prendado de la danza de Salomé, que le ofreció hasta la mitad de su reino porque aceptase ser su esposa. Salomé lo consultó con su madre, y ésta le dijo que el mejor premio era la cabeza de san Juan Bautista en una bandeja y ese fue el premio.
- Me está doliendo la…
-Córtatela. 

domingo, 17 de junio de 2012

Día del padre



Inventé  a mi padre  a partir de ciertas características que tomé de  vecinos, comerciantes y  personajes de la  televisión.  Mi madre persuadida de que todos los hombre son igualmente prescindibles, nunca mencionó el tema, ni a favor, ni en contra, lo de ella era los turpiales y las tortas de piña.  Tardíamente, después de escuchar   una de   mis conversaciones imaginarias decidió colaborar en la elaboración de mi patriarca ficticio contándome anécdotas de un maestro con  atributos que  ella amaba: carácter y lealtad.
El ectoplasma que acompañó mis solitarios juegos infantiles, enseñándome  a jugar ajedrez entre  poemas, canciones y moralejas, fastidió mi adolescencia más de la cuenta  presentándose en los momentos más inoportunos para arruinarme la fiesta, como aquella vez que me fumé mi primer porro con  María Elena, mayor que yo, compañera de estudios repitiente que  habían expulsado de su antigua escuela y quien  me abrió las puertas de la percepción aquella tarde en el jardín de la casa de su abuela. Fue un viaje estupendo  lleno de vibraciones ascendentes,  a pesar de las intermitentes  y censuradoras visiones  de mi imaginario paterno.
A medida que crecía mi padre se diluía, perdía sustancia y solía confundirlo con otros en la calle, cualquiera que llevase una camisa a cuadros, un pantalón kaki y unos mocasines o un chándal unicolor. Cuando a los diecisiete me di cuenta de que nada me quedaba  en común con  él, ni siquiera el gusto por las mujeres (él sólo gozaba de sí mismo y de otros hombres de su talante aunque fingía mirar las glándulas mamarias de las hembras, en presencia de otras mujeres)  y pretendió satisfacer su voyerismo con la  excusa de su inmanencia, tuve que pedirle que se marchara. Así  descubrí  que no era una creación de mi mente, un amigo imaginario, como había supuesto al salir de la inocencia sino que era un fantasma persistente y vengativo que no se privó de  perturbar mi primera noche de amor con Lupita.
El enigma de mi padre realmente había llegado a confundirme porque nunca adoptó la apariencia de una esfera de luz  o de silueta cubierta con una sábana blanca, se presentaba ante mí vestido a la usanza y desde la primera aparición, tendría yo  como tres años, hasta la última había envejecido gradualmente como corresponde, lo que me había persuadido de que era una invención de mi mente, un personaje creado para llenar un vacío pueril  y que audaz se había revelado y negado a desaparecer, insubordinado a mi ingenio y maquinaciones conscientes, a la tinta y al papel. Consideraba la presencia de mi padre entre mis más viejos y fieles juguetes. Pero después de haberme arruinado lo que debió ser una auténtica noche de placer, sentado sobre el armario a lo “Doña Flor y sus dos maridos”, observándome son sonrisa sardónica, cada vez que abrí los ojos. Decidí liquidarlo.
Seguí casi todas las  recomendaciones leídas, no me atreví a consultar un experto por temor a ser descubierta y ridiculizada. Le pedí directamente que se marchara: “El mundo físico no es tu dominio, no tienes ningún poder sobre mi mente o cuerpo, tengo vida propia y derecho a equivocarme, no tienes nada que enseñarme, no  tengo miedo, por favor vete”. Nada, me miró con cara de “a palabras necias oídos sordos”. Le hable a lo Melinda Gordon: “Estás muerto, este no es tu lugar, debes ir hacia la luz”, casi me reí  cuando me escuché darle ese consejo, ambos sabíamos que el albor  no era precisamente un lugar para una sombra cobarde y sádica como la suya. Sintiéndose descubierto, el también guardó las apariencias y desapareció, para volver a la semana siguiente.
Fue entonces cuando le pregunté directamente: ¿Qué quieres de mí?.  Con la esperanza de que cumpliera algún deseo reprimido y luego se marchara.  Dinero me  dijo, la respuesta al 99 por ciento de las preguntas. Quiero dinero para comprar un elefante  y  ¿qué vas a hacer con un elefante?  le pregunté. Lo que quiero es el dinero dijo, antes de volver a eclipsarse.
Saqué cuentas: de la cuna a la Uni, maternidad, pre-escolar, primaria, básica y diversificada. Reuní una significativa suma, pero pasaron 3 años antes de que volviera a verle,  una mañana de primavera en la que yo no me encontraba muy bien y él en cambio se veía pletórico e inspirado redoblando mi angustia  al darme cuenta de que no había aparecido por mi estado condicional sino por la deuda pendiente. Cerré mis ojos con firmeza y lo di por visto en un delirio febril y así fue. A la mañana siguiente consulté a una especialista en la materia y me dejé llevar.
Tenía 27 años, la edad justa para un reseteo, la experta me recomendó hacerlo cada 7 años. Pasé 10 días meditando 14 horas diarias y haciendo votos de silencio para llevar el sistema a cero, para borrar todos los archivos pues la presencia obsesiva se había filtrado mediando todas mis relaciones, infectándolo todo. Fue un trabajo extenuante lo que a mí entender debía garantizarme la paz perpetua, aunque sin sepulcro, mi maestra estaba persuadida de ello sin embargo me recomendó invocar la presencia en la perspectiva de que no se manifestara y si así fuera, leerle la siguiente cartilla dándola por cierta:
Papito amado, tantos años sin ti, aferrándome , a lo poco que te dio tiempo de enseñarme,  tu rectitud,  tu gallardía,  tu ímpetu,  tu lucha,  tu honestidad,  tu sencillez,  tu carácter,  tu fuerza al hablar, al imponerte, de lo incorruptible, de tu honradez, eso hoy papi, donde quieras que estés, deseo que lo sepas, que sepas que dejaste a tu hija bien formada, con principios, valores, con mucha moral y ética, Algún día se que estaré a tu lado, se que estas en el cielo y me vas a esperar, estoy trabajando para estar allá.
Nota: Este texto forma parte del libro “Dios es un perro”, escrito por mi en 2011.
Julie Correa       

sábado, 16 de junio de 2012

EL MUNDO SIN MUJERES

El mundo sin mujeres (II Mondo senza Donne, 1935), Virgilio Martini, describe los estragos de una enfermedad misteriosa (llamada finalmente falopitis) que diezma a la población femenina en edad de procrear, de la pubertad a la menopausia. Los síntomas de la enfermedad hacen pensar irresistiblemente, con cincuenta años de antelación, en los del Sida.

Por una coincidencia asombrosa, la enfermedad ha partido de Haití para invadir el mundo entero. Y por otra coincidencia paradójica el origen de esta enfermedad, ante la cual la ciencia
es impotente (exactamente como en el caso del sida), ¡acaba por encontrarse en una conspiración de homosexuales para exterminar la raza femenina! La epidemia sigue su curso,
todas las adolescentes y mujeres jóvenes desaparecen, y la raza humana no tarda en estar amenazada de extinción. El resto, abundante en peripecias, cae en el suspense. Pero la idea
núcleo es la de un exterminio de la feminidad; alegoría terrorífica del exterminio de cualquier alteridad, de la cual lo femenino es la metáfora, y quizás algo más que la metáfora
Nosotros somos víctimas, y en absoluto alegóricamente, de un virus destructor de la alteridad. Y más aún que en el caso del sida, se puede aventurar que ninguna ciencia sabrá protegernos de esta patología viral que, a fuerza de anticuerpos y de estrategias inmunitarias, apunta a la extinción pura y simple del otro. Si bien en lo inmediato este virus no afecta a la
reproducción biológica de la especie, afecta a una función todavía más fundamental, la de lareproducción simbólica del otro, en favor de una reproducción clonada, asexuada, del individuo sin especie, pues estar privado del otro es estar privado de sexo, y estar privado de sexo es estar privado de la pertenencia simbólica a cualquiera de las especies.
Con motivo de su aparición en Italia (1953; había permanecido inédito durante veinte años debido al rechazo de los editores), el libro fue condenado y retirado de la circulación por obsceno, cuando, en el fondo, no hay nada menos pornográfico que un mundo sin mujeres.
Pero sólo se trataba de una coartada para ocultar la idea pavorosa, bajo la tapadera de una destrucción de la feminidad, de una destrucción aún más monstruosa, ante la idea de un
mundo enteramente entregado al Mismo.

Es el final literal de la alienación. Ya no queda nadie enfrente. Antes, se habría visto en eso el final ideal del sujeto; apropiación y disposición totales de uno mismo. Hoy descubrimos que la alienación nos protegía de algo peor, de la pérdida definitiva del otro, de la expropiación del otro por el mismo.
Existen en alemán dos términos aparentemente sinónimos, pero cuya distinción es significativa. «VERFREMDUNG» es el devenir—otro, extraño a uno mismo, la alienación en el
sentido literal. «ENTFREMDUNG», en cambio, significa la desposesión del otro, la pérdida de total alteridad. Pues bien, es mucho más grave ser desposeído del otro que de uno mismo. La
privación del otro es peor que la alienación: una alteración mortal, por liquidación de la misma oposición dialéctica. Desestabilización sin recurso, la del sujeto sin objeto, la del mismo sin el otro: estasis definitiva y metástasis del Mismo. Un destino tan funesto para los individuos como para nuestros sistemas, autoprogramados y autorreferenciales: se acabó el adversario, se acabó el entorno hostil; se acabó por completo el entorno, se acabó la exterioridad. Es como arrebatar una especie a sus predadores naturales. Privada de esta adversidad, sólo puede destruirse ella misma (por «depredación» en cierto modo). Al ser la muerte la gran predadora natural, una especie a la que se intenta a cualquier precio inmortalizar, arrancar a la muerte — es lo que hacemos a través de todas nuestras tecnologías de sustitución de lo viviente—, está condenada a desaparecer. Está claro que la mejor estrategia para perder a alguien es eliminar todo lo que le amenaza y hacerle perder así todas sus defensas, y es la que estamos aplicándonos a nosotros mismos. Al eliminar al otro bajo todas sus formas (enfermedad, muerte, negatividad, violencia, extrañeza) sin contar las diferencias de raza y de lengua, al eliminar todas las singularidades para hacer brillar nuestra positividad total, estamos a punto de eliminarnos a nosotros mismos.
Hemos luchado contra la negatividad y la muerte, extirpando el mal bajo todas sus formas. Al eliminar el trabajo de lo negativo, hemos desencadenado la positividad, y ella es
actualmente la que se ha vuelto asesina. Al liberar la reacción en cadena de lo positivo, hemos liberado al mismo tiempo, por un efecto perverso pero perfectamente coherente, una intensa
patología viral, pues el virus, lejos de ser negativo, procede al contrario de una ultrapositividad, de la cual es la encarnación asesina. Eso se nos había escapado, al igual que las metamorfosis del mal, que siguen, como su sombra, los progresos de la razón.
Este paradigma del sujeto sin objeto, del sujeto sin otro, se descubre en todo lo que ha perdido su sombra y se ha vuelto transparente a sí mismo, hasta en las sustancias desvitalizadas: en el azúcar sin calorías, en la sal sin sodio, en la vida sin sal, en el efecto sin causa, en la guerra sin enemigo, en las pasiones sin objeto, en el tiempo sin memoria, en el amo sin esclavo, en el esclavo sin amo en que nos hemos convertido.
¿Qué le sucede a un amo sin esclavo? Acaba por aterrorizarse a sí mismo. ¿Y a un esclavo sin amo? Acaba por explotarse a sí mismo. Hoy los dos están reunidos en la forma moderna de la servidumbre voluntaria: sujeción a los sistemas de datos, a los sistemas de cálculo; eficacia total, perfomance total. Nos hemos convertido en dueños, por lo menos virtuales, de este mundo, pero el objeto de este dominio, la finalidad de este dominio, ha
desaparecido.
Jean Baudrillard, El Crimen Perfecto