Había llegado la hora del matrimonio y el Príncipe seguía sin enamorarse. Ante tal calamidad, tomó una decisión chavista: electoral y dialogan-te. Y se convocó a palacio a las casaderas de la corte. El Príncipe en persona, entregó, mirándola a los ojos, las semillas, una a una. Y dijo: Hoy, les he entregado una semilla diferente, a cada una, en un año volveremos a vernos a esta misma hora. La que me traiga la flor más hermosa, con esa me casaré.
Y fui a casa y en el tarro más hermoso la sembré, contemplé y nada. Nada creció. Pasado el año. Mis hermanxs me persuadieron y asistí ante el Rey, con mi pote ridículo.
Efectivamente, el salón era un jardín exótico, cada una más bella. Estaba avergonzada, cuando el Príncipe comenzó a hablar, justo al frente de su oprobio.
-Me casaré con ella, dijo. Señalando el vacío.
Todos comenzaron a reír, algunos a carcajadas. Se escuchó un murmullo: El Príncipe está alucinando.
-Nada de psicodelia. Hace un año entregué a todas ustedes semillas diferentes, pero igualmente estériles. Así, ustedes se encuentran, por “sortilegios de la música” ante la Flor de la Honestidad.
Y por eso me casaré con ella, dijo, señalándome.